Los errores se acumulan. Uno tras otro. Como una gran carga
que te atormenta desde tus entrañas. Errores que se miden en míseros segundos,
minutos... y estropean tu vida; ese puro
camino comienza a llenarse de manchas negras, imborrables. Se pegan a ti, estrujándote
desde dentro. Poco a poco, lentamente, formando parte de ti. Marcan. Dejan
huella fija y permanente.
Miras hacia atrás, y deseas volver al pasado. Cambiar
aquello que ahora te mortificará eternamente. Aquel fatal error; un simple paso
erróneo que te desgarra sin compasión. No puedes. Las finas agujas del reloj
parecen estar en tu contra, avanzando regularmente, alejándote de aquel
fatídico momento. Irreparable. Tu ser se reciente.
El mundo parece derrumbarse a tus pies, acabado, quebrado, deteriorado. Pero en
realidad, la abrumadora normalidad hace tu sangre hervir.
Ves caras felices pasar.
No hay vuelta atrás. Lloras. Tus mejillas se humedecen; de
rabia, desconcierto, ira, decepción, tristeza, resignación... Las lágrimas
danzan, formando surcos, resbalando. Surgen mágicamente a través de tus
lagrimales, adoloridos. Unas feas bolsas se forman bajo tus llorosos ojos,
delatándote. Nada cambiará.
Un extraño nudo que parece haber sido creado con la peor de
las espinas se clava en tu interior, despedazándote. Sangras. El
arrepentimiento te mata tortuosamente, encerrando en tu cerebro todo aquello
que pudiste hacer. Evitarlo. La voz ronca te lo recuerda. Pero ya es muy tarde.
La conciencia, burlona, te persigue, acusándote sin descanso.
Tus pesadillas te corroen, haciéndote transpirar entre
sábanas. Las imágenes se repiten. Sollozas.
Maldices. Culpas a tu imperfecto ser. Las criaturas,
humanas, débiles y sucias son. Eres uno de ellos. Cobarde.
Alzas tus brazos hacia el cielo, ese que pretendías alcanzar
con tanto anhelo, pero ahora parece muy lejano.
Puedes cubrir tu rostro, perderte entre la multitud, pero
aquel escozor te carcome. Te tambaleas, te tambaleas con temor a caer.
Fracasar.
La melancolía lo tiñe todo de negro.
Eres aún una crisálida. Encerrada en tu jaula de oro, en
soledad. Te hundes en tus errores, ahogándote entre inútiles lamentos.
A pesar de todo el sol se alza ante ti, brillando con esa
luz cegadora. Temblando, sigues
caminando, hacia delante, avanzando vagamente.
Ya no eres la misma, ni nunca lo serás.
"Los errores son los que te hacen tú.
Nunca te rindas"
No hay comentarios:
Publicar un comentario