Mis manos están heladas como si hubiesen estado apresadas
dentro del congelador, mas la realidad es que las temperaturas bajas y el frío
exterior logran traspasar las gruesas paredes de mi casa y colarse desde algún
sitio.
Desperté hace poco y ciertamente desconozco el aspecto que
tendrá la calle, pero gracias a los sonidos de la fuerte lluvia cayendo o el de
las ruedas arrastrando agua y los soplos del viento, puedo intuir que el cielo
está oscuro y el suelo encharcado. Es
por eso que mi perro está hecho una bolita a mi lado envuelto en mantas
buscando calidez, y yo me cubro con dos abrigos, tumbada en el sillón en lugar
de estar en bostezando clases. Río cuando la gente piensa que estas islitas son
un paraíso tropical por culpa de los medios y sus fines comerciales cuando la
verdad es muy distante.
Hace tiempo que no escribo aquí, por pereza o por falta de
argumentos novedosos. Creo que debo hacer memoria y hacer algo más que culparme
por mi inutilidad.
Las Navidades pasaron tan rápido como llegaron. Las
vacaciones transcurrieron en calma, poco provechosas pero relajantes. Dormirse
de madrugada y despertar casi al medio día es algo que me agrada y a lo que me
habitué. Siento que perdí la ilusión por estas fechas, y me pregunto si pasará
lo mismo con todas ellas.
El día veinticuatro cenamos en un restaurante asiático, y
disfruté de la comida que me supo a las mil maravillas hasta el punto de creer
que mi estómago explotaría. Entonces regresó la culpabilidad. Pero estuvo bien.
El resto de días transcurrió entre reuniones familiares y
horas frente al ordenador. Sin darme cuenta, volvía de la casa de mis abuelos con
el sabor de la sal en mi lengua a causa del jamón serrano ingerido, y las
campanadas que anuncian el fin de esos largos doce meses sonaron en algún
lugar, inaudible para mí ya que yo lo calculaba los minutos con mi teléfono
móvil aquella noche vacía en el coche. No sentí nada distinto, excepto una
ligera emoción que me recorrió escasos segundos.
Es entonces cuando uno debo hacer un recuento y marcar
nuevas metas que puede que se prolonguen para el año siguiente.
El 2013 sin duda fue extraño. Momentos malos y buenos equilibrados
con dificultad con en una balanza.
Experimenté la decepción conmigo misma por un error ridículo
que acabó con la confianza de aquel profesorado de mi anterior colegio durante
trece cursos. Hice tonterías. Pero maduré. Me gradué y me marché de ese sitio
en el que ya no me miraban de la misma forma y me despedí de todas las personas
que conocía para irme a un instituto y decidirme al fin por elegir arte. Aún no
sé si es una decisión correcta, aunque académicamente voy muy bien y salgo
adelante. Los nuevos compañeros no me marginaron e incluso suelo hablar con
varios de ellos. Aunque quizá esperaba un poco más.
El grupo que me abrió las puertas hacia cosas desconocidas
que ahora me llenan y cambiaron mi amargo día a día se separaron aun cuando
prometieron no poder hacerlo jamás. Más decepción y tristeza. Pero debí
acostumbrarme y asimilar que no los vería de nuevo juntos, ni habrían más
conciertos o más Frerard. Dolía y el proceso de adaptación conllevó un enorme
cubo de lágrimas.
Pero por otro lado mi oportunidad de aferrarme a mi otro
grupo favorito aumentó, y me sentí
orgullosa de haber podido conseguir viajar hasta un país distinto (cosa
que no hacía desde que tuve un año), a Francia, para verlos. The GazettE, lo más cercano a la perfección
que he visto y puede que escuchado. Otro de los eventos más felices y
especiales para recordar. Aun así, conservo un cierto sabor ácido por no poder
haber compartido la primera fila y ese momento con las personitas que quería. Pero
ese año conocí en persona a gente con la que había hablado por esas mágicas
redes sociales, y otra con la que no tanto. Fue genial. También paseé por Barcelona con Tuixó y descubrí sitios nuevos.
Adoptamos a un perrito con el que yo me negaba a encariñarme
por temor a sufrir por su muerte, como me había ocurrido antes. Pero sucumbí a
sus encantos, y ahora es extraño encontrar calcetines que no estén agujereados
por sus afilados dientitos.
Fue el año de la dieta. Bajé más peso que en otras
ocasiones. Gané un poco de confianza en mí misma y algo de autoestima. Al fin
logré el resultado deseado con mi pelo y encontré en un regalo de Navidad (una buena
plancha) la solución para mi gran trauma con este.
Terminé mis dos fics largos y me sentí realizada. Acabé el
curso C1.2 de inglés.
Recaí de nuevo en la monotonía, aunque creo que escribiré en
letras grandes con rotuladores de colores esa lista con una serie de propósitos
que me obliguen a esforzarme y acabar con mi típico “esperaré a que algo ocurra y no haré nada”.
Intento mejorar mis habilidades con la guitarra, y la
ilusión de formar un grupo está ahora más presente que nunca puesto que he
empezado una especie de proyecto con Ue. Dos guitarras y nada más. Pero es un buen
principio, y seguramente será divertido.
Quiero bajar un poco más de peso y endurecer esa carne
aguada fruto de los kilos perdidos. Quiero dibujar mejor y escribir mejor. Quiero
mejorar mi estilo, ser visual kei, tener más ropa y forjar mi personalidad. Quiero
sacar el título de Cambridge, aunque me aterre ese examen. Y crece en mí cada
vez más el deseo de aprender japonés, porque el país en el que ese idioma es
hablado parece llamarme con intensidad.