lunes, 30 de septiembre de 2013

012~ Un sueño cumplido y concluido - Parte 3 - 22 de Septiembre.- ¿Felicidad o depresión?

22 de septiembre del 2013

Finalmente era domingo, y ese día esperado había llegado antes de darme la oportunidad de asimilarlo.

Me levanté de la cama a las seis de la mañana, encogida por el frío, aun con mi sudadera de Pitufos. Rápidamente me vestí y desayuné un zumo, planchándome el pelo y con una angustia interna insoportable. 
El tiempo pasó rápido y cargamos las mochilas, guardando el iPod, cuya mitad de pantalla estaba oscura, quizá por la presión, estropeándose más aun, saliendo de la bonita habitación.

Vimos las luces de un taxi en la entrada y corrimos hacia él, dejando antes mi madre la llave del hotel en una cajita de metal. Hice gestos al hombre del taxi para que esperase,  y luego me di cuenta de que no podía salir; no sabía el código para abrir esas rejas. Pero un hombre se marchó en ese momento, y de esa manera logramos salir.

El trayecto fue silencioso. Vimos casitas repartidas a los lados de la carretera. Pero yo solo podía morderme las uñas, angustiada.


El cielo estaba oscuro, y parecía de noche aún. Con los nervios carcomiéndome paramos frente al Carrefour, después de hacerle entender al conductor a dónde queríamos ir y haberle pagado. Con algo de miedo, caminé hasta la sala, esperando y cruzando los dedos por no encontrarme una enorme cola; sin embargo, habían tres que empezaban desde zonas distintas. No comprendía bien la situación, pero vi a varias personas con las que había ido en el bus; algunas cubiertas por una manta, dándose calor, y les pregunté sobre aquel disparate. Anoche habían hecho dos colas; las generales y las VIP o Fan Club. Pero aquella mañana habían llegado francesas en autos con cristales tintados, situándose en la puerta, de primeras y formando otra fila, creando un caos. Unas chicas trataban de organizarlo todo y colocarnos según nuestros números, pero fue imposible.



Nos quedamos allí, esperando a que alguien de seguridad viniese a aclarar las cosas y crear las filas oficiales. Pero luego se fueron deshaciendo y formando otras, y así sucesivamente, hasta que, sentados en el suelo irregularmente, como una gran masa, vallaron a nuestro alrededor, encerrándonos prácticamente como a animales, haciendo a la gente perder su sitio, y a otra adelantarse al resto. Desde entonces, estuve dentro de un espacio triangular, rodeada por barras metálicas, y, afortunadamente, con menos de veinte personas delante, los cuales eran mayoritariamente españoles y un par de japonesas ricachonas que habían asistido a todos los conciertos de la gira.
El espacio era reducido, pudiendo sentarnos a duras penas, con los pies doliéndonos desde las nueve de la mañana.

A mi alrededor habían francesas, portuguesas, italianas, alemanas, inglesas y españolas, proviniendo de países distintos con un mismo fin e interés. Pero muchas, francesas, (hablando en femenino puesto que habían pocos chicos), anteponían conseguir puestos buenos ante cualquier cosa, sin importarles el hecho de colarse, golpear, o gritar haciendo dramas innecesarios.

Ue y Tuixó llegaron más tarde, y traté de pensar en una manera de que estuvieran conmigo y no tuviesen irse al final de la cola, pero teniendo en cuenta el control de algunas personas, me resultó imposible, y debí quedarme allí, ya que yo tampoco quería perder el sitio.

Tuvimos la idea de abrir la valla para ir al baño o comer, pero era peligroso, ya que a veces habían problemas cuando intentaban volver a entrar. Por eso, yo salí un par de veces, agarrando un bote de ensalada y un sandwich que apenas mordisqueé de pie en la cola, y yendo al baño, abriendo por error la puerta que dirigía al escenario, escuchando a alguien probar el micrófono y los instrumentos. Aún no sé si se trataba de ellos. 
Otra vez vi a Iratxe, y me abrazó.

Poco a poco el espacio se fue estrechando, hasta el punto de incapacitarnos mover los brazos, apretados entre gente, quedando aún muchas horas para que comenzase el concierto. Las francesas empujaban, quejándose de que nosotras le hacíamos “mucho daño”, saltando a la primera con voces grave y poca simpatía. Muchas se contuvieron para no golpearlas, armándose de paciencia y dirigiendo algunos insultos que fueron respondidos por otros en distinto idioma. Era un corral de ovejas formado por una multitud de gente impaciente.

El staff del lugar solo atendía a la gente del país, hablando con ellas animadamente e ignorando nuestras palabras que pedían ayuda y educación. No habían medicamentos, y a una chica le dolía mucho la cabeza. Parecía una guerra que nos impedía disfrutar del momento, aumentando nuestra ira. Por ello, cuando los cámara pasaron, habiendo llegado el grupo del foro de the GazettE español con la gran bandera que más tarde firmé, no pude salir y ser grabada, pero los observé mientras coreaban "España".
Mi madre aprovechó el momento para entregar el sobre con mis dibujos al staff japonés, alegrándome con el pensamiento de que lo verían.
Las cámaras seguían grabando todo, y entrevistaron a algunas personas, varias de ellas españolas. Pero el ambiente en la zona en la que me encontraba iba a peor, y los empujones aumentaban, quedándome con las caras de esas quienes se colaron.

A veces mi madre me traía agua, y David, el “relaciones públicas”, me ofreció una Orangina, probando esta por primera vez. Pasaban varias veces preguntándonos por nuestro estado, y conseguí algún Malteser.



Mi madre ganó algo de fama, sacando fotos a alguna gente vestida de manera “rara” en la cola. Alguno incluso llevaba peluca o cosplay.



Veía a personas pasearse tranquilamente por el lugar, mientras que yo permanecía acorralada. A pesar de esto, sabía que valdría la pena.
Los minutos pasaban, y mi ser se exaltaba, convenciéndome de que aquello no se trataba de un sueño.

Tres horas antes, los chillidos incrementaban. Pincharon a una chica y esta le devolvió un puñetazo, desatando discusiones y desprecio.
Al ser yo la menor, la gente era muy amable y cambiaban el sitio evitando que me aplastasen. 
Al final, debieron separar a la gente VIP y a los del Fan Club, dándole a esta la bolsita con los regalos. 

La presión disminuyó, pero seguía existiendo, como alimentos enlatados en un bote demasiado pequeño.
El tiempo avanzaba lenta y tortuosamente. Ya eran las cinco y media, y yo tenía un temor enorme por ser una de las pocas con entradas impresas, creyendo que podría causar alguna complicación y quizá no pudiese entrar. Pero esto desapareció cuando, después de pasar la primer tanda, de diez en diez, de la gente del Fan Club, mi entrada fue rota y pasé de las primeras con la adrenalina recorriéndome las venas y llenándome de energía. No podía correr, aunque aceleré el paso, pasando por el stand en el que se mostraban los goods, sin detenerme, sabiendo que la madre de Ue me conseguiría la camiseta del Tour.

Abriendo unas grandes puertas, entré a la sala no muy amplia, con pocas personas dentro, hallando un huequito en el medio, un poco hacia el lado de Uruha, en la primera fila, consiguiendo el lugar ideal que siempre había querido. 
No creía que estuviese en ese sitio, observando desde muy cerca la batería de Kai, brillante y bonita, y varios micrófonos, con una gran cortina en la que se leía el nombre del grupo de fondo.  
Estaba a escasos centímetros del escenario.


No tenía el pase que debían darte al ser VIP, por lo que volví a la entrada pidiendo este y colgándomelo en el cuello. Solo eso. Ni poster ni nada, y la cuerdita no tenía dibujado el nombre de the GazettE. Pero no me importó mucho. Volví a mi puesto, siendo reprendida por un hombre que me dijo que no corriese. En realidad no sabía el porqué de hacerlo. Supuse que se trataba de la emoción contenida.

Algunas personas guardaban sitio para que otras fueran a por los goods, y el malhumor que antes se respiraba, ya no estaba presente. Debíamos esperar hasta las ocho, con una música sin letra que se repetía constantemente de fondo.
Nos sentamos poco tiempo, ya que nos obligaron a ponernos de pie. El lugar se iba llenando, ocupando la mitad del local solo con las personas de entrada especial. Era privilegiada al estar allí, y lo sabía. 
Me sujeté a la valla firmemente, bromeando, hablando con los demás y sacando algunas fotos, con una sonrisa de oreja a oreja.





Vi a Ue y a Tuixó en la quinta fila, con gente alta delante suya. La primera tenía los ojos empañados, y deseé arrastrarlas a mi lado.No podía. Las miraba de vez en cuando algo apenada. Quería que estuviéramos las tres juntas.

Empezamos a gritar “gazetto” en coro, terminando siempre con unos chillidos sin significado, instándolos a salir ya. Pero fue gente del staff la que salió, tomándonos fotos y grabándonos. Pensé que podría saparecer en el DVD, y mi ilusión se hizo mayor. Debía comprarlo, aunque no tuviese dinero.

El humo salía desde ambos extremos del escenario.

Un hombre se dispuso a afinar las guitarras de Aoi (se parecía algo a él); cinco eléctricas y una acústica. Utilizaba alguna herramienta, pero era lento en su tarea. Luego él y otras personas conectaron los instrumentos a los amplificadores, y todos tocaron en alto, tomando el papel de the GazettE. Nosotros gritábamos, haciéndoles famosos aquella noche.
El que tomó el papel de Reita era muy animado. Hacía señas con las manos, nos habló y también nos avisó sobre la prohibición de utilizar móvil o cámara para grabar el concierto.

Cuando me quejaba mentalmente de que no sentía las extremidades inferiores, las luces azuladas y cegadoras se movieron de una manera mareante, de un lado a otro, coordinadas con la intro que sonaba, alertándonos de que en breves instantes saldrían ellos. Y así fue.

Primeramente entró Kai, siendo una de las pocas veces que tuve la oportunidad de verlo de cuerpo entero. Llevaba un traje que le sentaba muy bien, y era más bajito y delgado de lo que esperaba, pero extremadamente guapo. Se situó en su sitio posteriormente.

No recuerdo el orden, pero entraron Uruha, Reita y Aoi. De último Ruki, bastante seguidos unos de otros.

Uruha . Juré que era el ser más precioso que mis ojos hubieran visto. Sus rasgos eran hermosos, su peinado elaborado, y sus muequitas me derretían el corazón.

Reita. Su carita era bonita, menos varonil, por así decirlo, que en fotos. Me pareció tímido, adorable y atrayente. Su pelo y su bandita cubrían parte de su rostro.

Aoi. Poco alto, flaco, cara linda y con expresiones simpáticas y graciosas. Tenía la cara menos deshinchada de lo que imaginaba. Sus movimientos se me antojaban sensuales.

Ruki. Mi primer pensamiento al verlo fue “cabezón”.  Obviamente esto se debía a su peinado. Era de contextura pequeña, con las piernas muy flacas y cortas. Llevaba esos tacones fluorescentes que le aumentaban algún centímetro, y una cruz dibujada al lado de un ojo que me llamó la atención. Era endemoniadamente atractivo.

Empezaron a tocar Derangement, y de pronto mi cuerpo quedó aplanado contra la vaya. Pero me daba igual. Salté y chillé tanto que un pitido inundó mis oídos.
Los tenía justo delante de mí, a ellos, a esos seres que no parecían humanos, sino muñecos perfectamente pulidos y habilidosos. Primeramente me pareció estar viendo un DVD suyo en HD, pero obligué a mi cerebro a aceptar que no se trataba de eso. Calidez. Entonces la mejor sensación que he experimentado en toda mi maldita vida me golpeó, recorriendo todo mi cuerpo. Movía la cabeza al compás de las notas, las manos y saltaba, liberando la energía que esas canciones me producían. Poco me importaba el dolor de piernas, el calor, los empujones que me apretaban contra la valla o mi pelo que se rizaba de manera horrible. Todo desapareció, excepto ellos y yo.

No recuerdo el setlist, ya que la emoción cegaba mis pensamientos y perdí la noción del tiempo.Por eso pondré uno que encontré por ahí. Me centraré en describir algunas imágenes fugaces que mi cerebro conserva aún.

Derangement
Vortex
Gabriel on the Gallows
Clever Monkey
Venomous Spider Web
Suicide Circus
Before I Decay
Dripping Insanity
Untitled
Agony
Headache man

Required Malefunction
Filth in the Beauty

ENCORE

Shiver
Hyena
Linda~ Candydive Pinky Heaven~ 


Al principio de una canción, la guitarra de Uruha no sonaba porque no estaba enchufada correctamente, pero al darse cuenta el staff lo solucionó en escasos segundos, y él siguió tocando con maestría. Al tenerlo en frente, tocando mientras realizaba movimientos sugerentes y sacaba sus labios como si se tratasen de un piequito, mi mirada no se apartaba de él. Sus solos de guitarra me erizaban el vello.

El sonido del micrófono de Ruki a veces se escuchaba muy bajito, y más aun con los gritos de los fans, aunque esto solo pasaba en algunas ocasiones. Su peinado se estofó y se veía más cabezón. En realidad no tenía el pelo ondulado, sino con mucha laca y las puntas hacia afuera.

Al terminar las canciones se iban hacia atrás todos y se daban la vuelta, bebiendo algo de agua o arreglándose el pelo. Entonces nosotros acordábamos gritar sus nombres, rasgando nuestras cuerdas vocales.

Aoi hacía gestos con la mano quejándose de que hacía calor, y en cierto momento echó su cabeza hacia atrás, peinándose hacia esta dirección y moviendo el cuello, despejando su cara de cualquier mechón, asemejándose a una publicidad de televisión en el que promocionan algún champú. En ese momento las luces eran débiles y se veía muy bien.

Ruki llevó la mano a su entrepierna, sobre sus pantalones ajustados, dos veces, mordiéndose los labios y metiéndose algún dedo en la boca, chupándolo y sacándolo más tarde. Era la imagen más sexy que había visto nunca, y verla tan cerca de mí me cortaba la respiración. Podía imaginar cualquier fanfic lemon con el enano como protagonista en ese instante.
No dijo más que una frase en francés, y habló en inglés, soltando frases como “Are you ready?” “We are gazettE”, o “Are you having fun?” A esto último nosotros respondimos con una afirmación, pero él nos desconcertó diciendo “no”. También utilizaba algunas palabras en japonés que suele decir en sus conciertos.
Reita tocaba muy agachado y sacaba su lengua, sacándonos gritos.
Aoi se veía muy animado y sonreía. Solo fue hacia el lado derecho un par de veces.
Uruha apenas miraba su guitarra y sus dedos bailaban sobre los trastes de forma experta. Veía la parte superior de la carita de Kai y a sus baquetas subiendo y bajando.
Casi ninguno llevaba lentillas, y no sé si debo adjudicar el hecho de que creí que Ruki y Uruha me miraron a mi imaginación, pero yo lo creí así.

Con respecto al fanservice, las parejas principales cambiaron, siendo Aoi con Reita, y Ruki con Uruha, rompiendo el famoso Reituki o Aoiha que todos esperaban ver.
Aoi se pegaba bastante al bajista cuando tenía la ocasión, dedicándose miradas, estando a escasos milímetros de distancia un rostro de otro en un momento en el que el guitarrista estaba sobre Reita, intimidándolo. Este intentaba huir siempre.
Ruki y Uruha estuvieron muy cerca el uno del otro, y el primero le pasó el brazo por el hombro dos veces. En Hyena, además de esto, el menor agarró el micrófono y toqueteó el pezón de Uruha con él durante muchos segundos. El mayor hacia muecas y parecía alegre. Hubo un momento en el que Ruki le sostuvo la botella de agua para que el otro bebiese de la pajita. Me pareció una acción muy tierna, y los dibujé en mi mente dándose de comer mediante cucharaditas, como una parejita romántica.
Reita se acercó varias veces a Ruki y tocaba junto a él, al igual que Uruha y Aoi. Los cuatro se subieron sobre los grandes altavoces de dos en dos, y mis orbes no sabían a dónde dirigirse.

Cada vez que una canción se acababa, mi corazón se resentía, preguntándose cuánto quedaba, sufriendo porque quedarse así para siempre no era una opción posible y pronto terminaría. No quería pensar en ello.
Casi al final, Aoi dejó su guitarra  de pie apoyada en un altavoz con cuidado, pero esta se cayó del escenario más tarde y él se llevó las manos a la cabeza, “haciendo drama” y negando, preocupado. A pesar de ello el staff recogió el instrumento rápidamente y se lo alcanzó. Mas que sentir lástima, reí en esa situación.

Ruki nos debaja cantar, observando que prácticamente gritábamos las letras de las canciones desde nuestra alma. En Agony hacíamos los coros. En Filth in the Beauty, comprobé que seguía sin haberse aprendido la parte en inglés, y nosotros la pronunciábamos correctamente.
Llegó Untitled, y con fuerte nudo en la garganta canté esa letra que me sabía a la perfección con voz ya ronca.
Le tiraron una bandera francesa y él se la colocó alrededor del cuello. Luego miró a Reita haciendo un movimiento de torero; este negó con la cabeza y nosotros sonreímos.


En la última canción de la primera parte, mis lagrimales se humedecieron. Faltaban poco, y mi sueño se habría esfumado.

Tiraron algunas púas y se marcharon. La duda de volver a verlos salir me carcomía. Los minutos se me hicieron eternidades.
Salieron todos nuevamente con la camiseta de Rad Man  (excepto Ruki, quien no se cambió) que les quedaba grande. Nosotros bromeábamos diciendo que no era necesario que se cambiasen detrás de las cortinas.

Shiver, la primera canción suya y del género jrock que escuché, comenzó a sonar, tan bonita como jamás la había escuchado, mil veces mejor que en sus álbumes, porque allí, tocaban con sentimiento frente a sus fans.
Luego fue Hyena, y llegó el fatídico momento en el que dijo “last song”, cuando fui consciente de que en realidad estaba viviendo aquello, y que no debía seguir fantaseando con verles.
Dimos palmadas en Linda, esforzándonos en hacernos notar. Aoi tocó su solo, y todo terminó tan rápido como empezó. La larga espera de meses para disfrutar de esa hora y media valió la pena, pero me pareció una experiencia efímera.

Pude ver a Kai lanzando lejos sus baquetas. Era precioso.
El resto hacía lo mismo, tirando las púas demasiado lejos como para que pudiese agarrar alguna, mientras Ruki nos empapaba con agua de su botella, llenando de gotitas mis gafas por tercera vez, apróximadamente, en esa noche, teniendo que limpiarlas velozmente con mi camiseta para poder seguir viéndolos, con los latidos de mi órgano vital acelerados, como si hubiese corrido un maratón.

Se fueron. Uno por uno, se despidieron desapareciendo de mi vista, Ruki de último, tirando botellas, confundiendo a mi cerebro al pensar que aquello nunca había pasado en realidad cuando el escenario quedó desierto, sin contar con el staff, quienes terminaron de regalar las púas que habían trabadas en los micrófonos. Un chico a mi lado consiguió una de Uruha, y una chica de Tenerife la de Aoi.

¿Por qué había terminado? ¿Qué haré ahora? ¿Qué ilusión tendría para seguir adelante? ¿Volverían? Y si era así, ¿Cuándo? ¿Podría ir?

Una mítica canción que me convirtió en agua salada sonó de fondo, cuando la gente empezaba a dispersarse y a salir, sabiendo que no saldrían de nuevo. Nunca lo hacían. Era Knocking on heavens door. Jamás podré volver a escuchar es canción sin recordar aquel instante en el que las lágrimas corrían por mis mejillas como un manantial.
Me giré, sin querer irme, conmocionada y con la camiseta empapada. Vi a Ue, llorando, de pie. Estallé en un llanto más profundo, abrazándonos y llenando de mocos la ropa de la otra. Todos mis sentimientos se liberaron y exploté como una bomba. ¿Por qué no podía experimentar esa felicidad otra vez? ¿Podría inventar una máquina del tiempo y retroceder los días, para revivir aquello eternamente? No.
Buscamos a Tuixó, encontrándonos con la madre de Ue, quien fue a comprar más goods. Más tarde la vimos en ese pasillo lleno de gente, y llorábamos las tres como tontas.

Salimos a una zona descubierta y cerrada, saludando a Ishi, Kuri, Raika y Misu. La primera nos grabó mientras sollozábamos atacadas y reíamos al mismo tiempo con los comentarios de ellas. Ese vídeo lo subirá a Youtube, muy a mi pesar (ya que salí con gafas, pelo de caniche, ropa cutre (cuando todos vestían bien) y llorando). Pero es un recuerdo bonito.
A través de unas rejas vimos a mi madre, y esta se burló de nosotras sacándonos fotos. Nuestras caras en ese momento eran épicas.



Intentamos volver a la zona del escenario, pero no nos dejaron pasar, así que resignadas salimos de la sala, moqueando. Entonces los cámara oficiales nos grabaron, a los españoles que estábamos allí, reunidos con una pequeña bandera, sudados y felices. Estuvimos así un rato y el hombre nos agradeció.
Luego fuimos capaces de acallar nuestros llantos y sustituirlos por risas. Mi madre me dio diez euros y me hice con una toalla, poniéndome en el coche de Ue la camiseta del Tour que ellos llevaron. Resoplé dándome cuenta de que a ellos les quedaba más enormes que a mí.
Más tarde conseguí algo mas de dinero,pero habían cerrado el recinto.



Nuestras madres insistieron en que comiésemos, y la prima de Ue nos llevó en coche al MCDonald’s, después de que la niñita llamase a su madre y se emocionase al contarle todo, jurando que los vería de nuevo aunque tuviese que trabajar de puta. Tuixó sugirió que fuese la de Reita. Aceptamos encantadas, tan exaltadas como nunca.
Pedimos como pudimos unas nuggets y unas patatas, lográndolo tras varios minutos. Nos carcajeamos cuando su prima dijo “one water”. Y entramos al baño, convenciendo al de seguridad, ya que pretendía cerrar. Oriné por primera vez desde la mañana, y me coloqué un gorro cubriendo mi desastroso pelo.

Volvimos a Le Phare comiendo en el trayecto. Nos despedimos de Ue de manera muy rápida, y nos sentamos en la acera junto al resto de gente que iba en el bus. Entonces dijeron haber visto a Uruha saludar desde uno de los coches que pasaron minutos antes. Todos tenían las chaquetas de the GazettE, la cual costaba cincuenta euros, y deseé haber ahorrado más.



Mi madre, quien no había ido al baño, me pidió que la acompañara a una zona de monte, situada detrás del local. Gracias a esto encontramos a más gente por fuera de unas rejas dentro de las cuales habían dos autobuses en los que ellos se habían subido (decían que Reita y Uruha había saludado). Creé la teoría de que hay dos Uruha.
Aunque los cristales estaban tintados, nos quedamos ahí, pasando frente a ellos una chica con la bandera española, riéndonos. Los autobuses se fueron y nosotros los despedimos, mientras mi madre estaba en algún lugar apartado evitando que su vejiga se hinchase más. Iba a avisar a Tuixó para que viniese, pero era muy tarde, y tampoco vimos nada. No importaba. Sabía que estaban allí dentro.

Lunes 23 de semtiembre del 2013




Volvimos a la acera para esperar el bus que no se tardó el llegar. Nos sentamos de nuevo en la zona de atrás, y aunque me dije que no dormiría, nada más cerrar los ojos me desconecté, demasiado cansada como para poder abrir los párpados.
Solamente me bajé en cuando paramos en un lugar para comprar, helándome los huesos y tiritando del frío que allí hacía. Compramos un batido de chocolate, y regresamos al automóvil, tumbándome en los espacios libres,  con la mente en blanco y un dolor punzante en el cuerpo. Mi madre y Tuixó apenas cerraron los ojos, mientras yo me bajé en la estación algo descansada pero somnolienta y confusa. No sabía cómo debería sentirme.
Con bolsas feas e hinchadas bajo los ojos nos despedimos de los demás (de esas chicas que me ayudaron en el concierto, me alejaron de las francesas agresivas, y me dejaron primera fila), entrando al lugar en el que se agarraba el metro. Preguntando encontramos la línea, y de manera breve le dije adiós a Tuixó, quien iría al colegio ese día (y probablemente dormiría en clase). Desearía haber pasado más tiempo juntas, pero debía marcharme.

Mi madre y yo fuimos al aeropuerto desde la estación. Era la mañana del día 23. Un sabor agridulce y algunos regaños de mi madre me devolvieron a la realidad.Creí que me pondría a llorar en cualquier momento. Me contuve.
Ubicamos nuestro vuelo, que saldría horas más tarde, afortunadamente, ya que temíamos perder el avión. Sin embargo, esperamos. Comí alguna palmera mientras mi madre fumaba, y fuimos al sucio baño del lugar.
Repetimos el proceso de deshacernos de las cosas metálicas, y embarcamos. Yo seguía con mi pase VIP colgado en el cuello, llevando con orgullo mi camiseta Black Moral. Twitteé lo que pude al recuperar el Internet tras regresar al país, aprovechando la escasa batería.

Pasamos al avión, extrañada al no tener el gran sobre en la mano, pensando que ellos lo verían.
El transporte volador caminaba mientras los azafatos explicaban las medidas de seguridad en inglés,español y catalán. Sin embargo, no despegó con el transcurso de los minutos. Entonces, se detuvo. Nos informaron de que habían problemas técnicos con el motor, y que debíamos esperar. Eso ocurrió después de haberle dicho a mi madre que habíamos sobrevivido hasta ahora.
La gente estaba preocupada, y yo me alegraba de que si pasaba algo, pasaría después del concierto, y no antes. Pero afortunadamente, nos mandaron a bajarnos y a subir en pequeños autobuses, guiándonos hacia otro avión. Suspiramos, y casi dos horas más tarde de lo previsto, despegamos dejando atrás Barcelona, soportando de nuevo la charla sobre las medidas de seguridad.


El tiempo pasó extremadamente lento, y yo era incapaz de alcanzar el sueño. Me empeñaba en repasar el concierto en mi cabeza para lograr guardar los recuerdos que tanto temía, y sigo temiendo perder. Estaba muy sensible, y cualquier tontería podía afectarme.





Aterrizamos. Tierra conocida. Aeropuerto pequeño. Normalidad. Mi tío buscándonos. Mi madre hablando con él, y yo sin tener claro si debería sonreír o llorar.

Fuimos a un restaurante chino, y almorzamos bastante antes de ir a casa. Me encontraba mal, agotada, pero no descansé hasta la noche.
Le conté a mi hermana con detalle lo preciosos que eran mis “chinos”, y le confesé mi enamoramiento no correspondido de Uruha.

Tarea, tarea y más tarea.

Hola, realidad. ¿Podrías seguir de vacaciones un ratito más? No, no podía. Me cayó encima de pronto. ¿Qué debo esperar ahora?

Pasé algunas fotos al ordenador, y caí rendida sobre el colchón de mi cama, aterrorizada con olvidar.
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Esa semana transcurrió entre recuerdos y cosas que me mantuviesen ocupada. Una masa de emociones me embargaba. La felicidad por haber cumplido un sueño se mesclaba con la amargura de haberse acabado.

Al día siguiente empecé la academia de inglés, y el estrés de incrementó.

Mi madre me advirtió de que no iría al siguiente concierto.

Pensé en lo afortunada que había sido, y ya estoy mejor.

Hace unos días quedé con Ue para ver el DECADE, comentando y emocionándonos otra vez. (Ella tiene mucho merchandising. Yo no.)

Sayonara mata ne genki da ite ne
Zutto zutto wasurenai kara
Sayonara kitto mata aeru yo ne?
Yakusoku da yo! yubikiri genman”


Solo cuando escuchamos esas frases cantadas por los fans, y luego por Ruki, dejamos escapar alguna lágrima. Pero fuimos fuertes.

El World Tour terminó, y Ruki habló de una próxima gira. Pronto habrá un próximo álbum y DVD en el que probablemente aparezca yo.

Ahora debo seguir. Me centraré en otras cosas; cumpliré más sueños. Mis ganas de formar un grupo de música aumentaron con aquel magnífico concierto, y eso es algo que debo hacer.

Me prometí a mi misma que creería en una próxima vez. Entonces sería aun mejor. Dormiría en la cola y conseguiría un buen puesto justamente, junto con Tuixó y Ue. Disfrutaría pasando tiempo con gente que me importa, socializaré. Quizá incluso hablaré con ellos. Pero eso será en un futuro.

Debo agradecer a muchas personas por hacer esto posible, por ayudarme tanto, y a otra solamente por estar allí conmigo; Mis padres (especialmente mi madre), Tuixó, Ue, las chicas de la cola, los del bus, Kuri, Ishi, Raika, Misu, y obviamente, a the GazettE, esos grandes artistas quienes cambiaron mi forma de apreciar la música.

Es una promesa.

Nos volveremos a ver, ¿verdad?

Hasta pront.



viernes, 27 de septiembre de 2013

011~ Un sueño cumplido y concluido. Parte 2 - Sábado 21 de septiembre del 2013 - Llegamos a Francia.

Sábado 21 de septiembre del 2013 


Mi madre y yo despertamos tempranito y acudimos a la cafetería más cercana, desayunando una flauta de atún, un café y un zumo para ambas, costándonos un poco caro. Luego esperamos a que abriese el supermercado, cuyo nombre empezaba por la letra “c” pero que no logro recordar. Allí compramos lo mínimo; lo que comeríamos ese día.
Regresamos al hostal.

La aventura comenzaba oficialmente. Nos preparamos y yo salí a la calle con mi gran sobre en mano, encontrándonos con Tuixó nuevamente. Eran las diez, y reservamos algo de tiempo para encontrar el bus que nos llevaría a Francia.

No sabíamos en dónde debíamos esperar, cosa que nadie pensó hasta ese instante. Nos guiamos por las personas con “pintas raras” (pelos de colores entre otras características) y después de deambular por un rato encontramos a un grupo de gente que se dirigía hacia el mismo lugar. Un cartelito en letras chillonas nos indicaba esto.
La madre de la cucarachita y su hermana fueron en busca y rescate de más personas, y poco a poco estábamos todos, excepto la “jefa”, cuyo número de teléfono no era conocido por nadie. Sin embargo, encontramos el bus y la desaparecida llegó minutos más tarde.
Vi a gente de Facebook y Twitter, pero de nuevo mi tonta personalidad no me permitió relacionarme abiertamente con ellos. Siento no haber interactuado mucho y haber perdido esa oportunidad que espero que se repita.


Nos despedimos de la madre y la hermana de Tui, quien subió al bus sin decirle adiós a su familia, hasta que le pregunté y bajó para hacerlo.

Fue un trayecto tranquilo en el que la gente hablaba poco, o eso pensaba, ya que nosotras estábamos sentadas detrás ocupando puestos de más, cómodas y algo marginadas del resto.
Hubieron numerosos intentos de escuchar discos de the GazettE, pero al principio se oía un ruido extraño y tanto el lector de CDs como los altavoces parecían estar dañados. A pesar de esto, hubo momentos en los que la calidad de sonido mejoró y tarareamos las letras de las canciones en voz baja. No creía que los escucharía en directo aún.


Nos bajamos en un lugar en el que habían baños y tienditas para comprar algo de comida. Almorcé una hamburguesa del día anterior y algún dulce que mi madre insistía en que comiera. La gente hablaba entre ellos y nosotras escuchábamos. Hubo un momento en el que unas chicas me preguntaron si las reconocía, y no lo hice hasta hace poco. Lo siento.



Al subir de nuevo al vehículo e intentar poner más discos, el sonido fue a peor y la voz de Ruki apenas se escuchaba. Nos burlamos de esa manera cruel de estropear canciones.
Pasaron además algún panfleto del grupo que alguien había traído y lo vimos con tranquilidad, las últimas, por estar en los últimos asientos. Admiramos los brazos de Aoi, sus venas remarcadas, la belleza de Uruha y demás, incapaces de recrear una imagen de ellos en persona.




Cruzamos la barrera que separaba España con ese país vecino, pasando por unos extraños aparatos en los que había que pararse y pagar peaje. Hubo varios de estos, pero un cartelito nos indicó que habíamos llegado a Francia, además de haberlo hecho también la falta de Internet, consecuencia de lo mismo.
Desde el cristal solo se veían árboles, huertas, bosque, mucho verde en tonos distintos. Un paisaje muy campesino que no esperábamos.

La cucarachita me mostró algunas fotos desde su cámara en las que aparecía Haru, su muñeco diabólico en varias sesiones fotográficas que ella le había hecho; desarmado, sin cabeza, en piezas, vestido de manera visual kei, con mirada psicópata, abrazando a un peluche, en la playa etc. En realidad era bastante bonito, e incluso adorable. Alguna vez ella me habló en catalán, acostumbrada a ese lenguaje, y en mi rostro se leía “¿qué demonios estás diciendo”?. Nos reímos.
Otro de nuestro pasatiempo fue asomarnos por la gran ventana trasera y agitar nuestras manos, saludando a la gente francesa que pasaba en coches o buses, quienes nos devolvían el saludo muchas veces; otros nos ignoraban y uno nos enseñó el dedo medio. Era entretenido y sonreíamos tontamente, sabiendo que no nos volverían a ver la cara nunca más.


Después de cinco horas de viaje a una velocidad considerablemente baja, habiendo tomado una pastilla evitando el mareo y comido alguna palmerita, llegamos y contemplamos por primera vez la sala en la que sería el concierto.
Desde los cristales vimos a más gente allí, con mantas y mochilas, a pesar de que habían dicho que hacer cola en la noche estaría prohibido. Igualmente, la gente tenía expresiones sorprendidas al vernos llegar, bajándonos con “aires de grandeza española” y riendo estúpidamente dentro de nuestra burbujita de ensueño.



Habían españoles a la que saludaron algunos, y un cosplay de Ruki en Cockroach bien elaborado. Queriendo anteponer el orden y pretendiendo ser organizados, nos escribimos unos numeritos en las manos que indicaban nuestro puesto con un rotulador permanente. Sin embargo, no podía salir todo perfecto, y mi madre, alarmada por la ausencia de taxis o autobuses en la zona, acudió al Carrefour que se encontraba delante tratando de buscar ayuda, ya que había reservado un hotel lejano, sin haberla convencido de dormir en la fila y ahorrar dinero.

Intentamos explicarnos de mala manera algunas dependientas, y por suerte una comprendía algo de español. Marcó números en su teléfono pero a pesar de que el tiempo pasaba, no encontraban a nadie disponible. Nos mandaron a ir a la sección en la que venden entradas de eventos, y allí ocurrió casi lo mismo, expresándonos de alguna manera al hombre no bilingüe que llegó a pensar que queríamos una entrada para el evento. Pero por suerte, localizó a un taxi, el cual nos esperaría fuera del gran supermercado en diez minutos, no obstante, a un precio de treinta y cinco euros, helándome la sangre al escribir en un papelito amarillo esa cantidad.

Estaba junto a Tuixó, a quien luego la buscaría la madre de Ue, y tuve que marcharme aquella tarde con el corazón estrangulado, deseando haber pasado el día junto a los demás, bromeando. Corría el riesgo de no conseguir un buen puesto y de no poder verlos bien después de poner tanto esmero, dedicación y dinero a esto.

Dentro del vehículo el señor trataba de hablarnos y yo estaba preocupada, por lo que las palabras parecían haber sido borradas de mi mente. Tenía ganas de echarme a llorar ahí mismo a causa de toda esa opresión que me comprimía el pecho.

Pasamos calles con casitas a ambos lados, deteniéndonos frente al hotel en mucho menos de un cuarto de hora, acusando mentalmente al taxista de robo, probablemente aprovechando aquella oportunidad para engañar a unas extranjeras perdidas. Sugirió  entonces acercarnos a Le Phare a la mañana siguiente, y nosotras aceptamos.

Habían rejas en la entrada del hotel, y de no ser por haber estado presente un inglés introduciendo un código en un aparatito pegado a la pared para abrirlas, nos habríamos quedado fuera.
En la recepción, una mujer que afortunadamente hablaba inglés, nos entregó la llave que sacó de una caja metálica después de introducir unos números de forma digital, y nos hizo el favor de pedir un taxi a las siete de la mañana, costándonos este veinte euros, abandonando la propuesta del otro hombre que nos había traído.

La chica fue muy amable y nos explicó cómo llegar a nuestra habitación, la cual parecía una casa, mayor que la mía propia.
Después de ver varias viviendas alineadas, como adosados, encontramos el sitio indicado. Si no fuese por la amargura que tenía encima y mis malos pensamientos, me habría sorprendido y agradado aquel sitio; tenía tres baños, dos con ducha o bañera y un lavamanos, y otro con retrete. En el primer piso había una bonita cocina, un sillón grande cubierto de cuero rojo y una televisión de plasma. Subiendo unas escaleras de madera, se encontraban dos habitaciones, una con cama matrimonial, y otra con dos individuales. La decoración era muy bonita. Mi madre sacó fotos. Pero yo no podía relajarme.




Intenté volver a la recepción para preguntar la manera de conectarme a la Wifi, incomunicada, pero ya no había nadie. Utilizando ese método que poco me gusta, llamé a Tuixó para que me informase de la situación, quien seguía allí.

Cenamos uno de esos botes de comida precalentada, el mío de pasta a la carbonara, una hamburguesa vieja y algún bocadillo. Con el estómago lleno, nos duchamos y pusimos el pijama, con el frío helando nuestros huesos en aquella noche.

Decidimos dormir temprano, o eso le ordené a mi inconsciente, y antes de las diez cerré los ojos, queriendo olvidar las dudas y el miedo que me invadía con respecto al próximo día. Creo que ese fue uno de los peores momentos del viaje, estando desconcertada y ajena a todo lo que me interesaba, en alguna parte de Francia.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

010~ Un sueño cumplido y concluido. -Parte 1- Viernes 20 de septiembre de 2013. Estamos en Barcelona.

No pretendo hacer más que ayudar a mi vago cerebro a rememorar esos recuerdos que tanto temo olvidar con esta entrada, posiblemente extensa, que recoge momentos en los que podía afirmar sentir esa palabra que tantos desean utilizar para su persona; “felicidad”.

Viernes 20 de septiembre de 2013

Madrugar. Despertar y abrir los párpados sin ser consciente de nada, inmune a mis días futuros. Mi mochila había sido preparada la noche pasada, llevando algo de ropa (prendas sosas y normales, sin haber llegado aún el pedido que había realizado por Internet para la ocasión.) El regalo para ellos estaba incompleto, y mi preocupación me carcomía desde las entrañas. Había dibujado horas y horas seguidas con lápices de grafito durante días desde que llegaba a casa del instituto hasta que dormía. Todo se amontonaba y me enfadaba conmigo misma por dejar, como siempre, las cosas para última hora.
En ese entonces había escrito ya con un inglés imperfecto una carta que esperaba que leyeran o al menos ojearan, y una pequeña cartulina en la que se veían frases mal escritas en japonés junto a varias fotos mías. Había terminado el gran retrato de the GazettE, el cual me supuso un reto, y el otro de su querido estilista. Sin embargo, este último se encontraba en una imprenta al haber ido la tarde anterior a sacar fotocopias de este. Lo había dejado allí y el sitio había cerrado. De igual manera, algunas fotos no pudieron ser impresas gracias a mi despistada cabeza, al haber olvidado el cable que pasaba los archivos desde el móvil hasta el ordenador.

Mis lágrimas resbalaron cuando mi madre aseguró que no podría hacer nada, ya que el vuelo salía la mañana siguiente. A pesar de ello, mi padre me propuso recogerlo y traérmelo si le daba tiempo, y así fue. Las imágenes fueron también impresas (la entrada en mejor calidad, y una fotografía en la que se veían mis fanarts.) Agradecida, metí el dibujo en el gran sobre de papel con una sonrisa en el rostro, sin nada pendiente.



Mi hermana se fue al colegio y apenas nos despedimos con un simple “adiós”. Más tarde una amiga de mi madre nos fue a buscar para llevarnos al aeropuerto norte de la isla. Como es costumbre, algo perdidas, localizamos el lugar en el que se debía embarcar y previamente pasamos por aquella máquina detectora de objetos extraños, debiendo dejar en una bandejita azul las cosas metálicas para ser analizadas por un aparatejo.
Compramos una botella de agua cara antes allí, teniendo la boca seca.
Una persona pasaba comprobando el papelito de residencia, el DNI y los billetes de vuelo. Al pasar mi madre, quien cargaba dos mochilitas, la obligaron a meter todo en uno a presión, deteniéndola.
Finalmente, dejamos el suelo de ese lugar para montarnos en el vehículo volador. Estábamos cerca del ala, en donde es más probable no morirse, según mi madre. A nuestro lado se sentó un hombre silencioso que tenía una tablet y pasaba el viaje viendo series, entretenido y sin dirigirnos una palabra, hasta que en una ocasión, nos ayudó a colocar un bolso en aquellos maleteros grandes dedicándonos un “de nada” como respuesta  a nuestro “gracias”.

Con voz distorsionada y casi robótica la azafata hacia publicidad en varios idiomas sobre los muchos productos que allí vendían; desde snacks, hasta perfumes, tabaco sin humo o juguetes para niños, no sin antes realizar la típica y cansina demostración de seguridad.
Mi madre contempló a uno de los azafatos de buen ver según ella, entretenida en el trayecto.



Abrochamos los cinturones metálicos y apagamos los dispositivos electrónicos durante el despegue, experimentando esa sensación que no vivía desde hacía más de dos años. La conexión a la red desapareció, y opté por mi iPod y mis auriculares, intentando dormir con la barbilla apoyada en mi palma. Fui incapaz, por lo que el aburrimiento acudió a mí y de esa manera pasaron alrededor de tres horas, entre el zumbido del enorme motor, algún bocadillo hecho en casa y la voz de algunos niños molestos.


Al aterrizar, un tipo comenzó a montar un drama en voz alta que todos ignoraron, y bajamos algo mareadas subiéndonos a unos transportes, algo apretados entre tanta gente, que nos llevarían al gigantesco aeropuerto de Barcelona.

Bajamos por unas escaleras metálicas, nos dirigimos al baño, y posteriormente preguntamos en busca del metro que nos acercaría a la estación Sants. Mi tío, siendo policía, no trabajaba aquel día por lo que no nos guió y apenas se molestó en hacer algo, así  que por nuestra cuenta, comprando un bono de diez viajes el cual hubo que cambiar al estar en mal estado, llegamos a nuestro destino entre las melodías de un acordeón que un señor tocaba en aquel medio de transporte. A partir de entonces, nos perdimos durante largos minutos en busca del hotel que estaba apenas a cinco minutos caminando, pero que nos costó trabajo encontrar y personas a las que preguntar.

Primeramente acudimos a un diminuto supermercado para comprar algo para nuestro almuerzo, haciéndonos con unos dulces, unos yogures y agua, que comimos y bebimos junto con más bocadillos al llegar a nuestra habitación, la cual contaba con una cama individual, un escritorio, una pequeña televisión y un baño; lo suficiente para sobrevivir.

Desde la ventana se observaba un patio de alguna escuela, desde el cual se escuchaban los gritos de los niños que jugaban en él.

Ya era la tarde. Estábamos en un lugar desconocido, cansadas, pero no queríamos desaprovechar todo estando encerradas allí dentro. Entonces, sugerí a mi madre quedar con Tuixó, llevando nuestro plan a cabo. Ella aceptó sin oponerse a nada, sin ganas de perderse o de causar molestias a nadie. Nos duchamos, cambiamos, y salimos.
Ella y yo hablamos por WhatsApp y nos advertimos mutuamente, pidiéndonos perdón por nuestra personalidad. Bajé en el ascensor, y la vi junto a su madre en el semáforo. Nos conocimos después de casi dos años de haber estado tweetteándonos y delirando con historias sobre dominación mundial, paranoias y algo de rol, y nos saludamos de manera sosa. Ambas éramos tímidas, así que aunque tenía muchas ganas de charlar animadamente, dirigirnos palabras firmes me resultaba complicado. Pero aunque la acababa de ver, tenía esa sensación extraña de que la conocía de toda la vida, como a una amiga.

Tomamos el tren para pasear por la plaza Catalunya, y contemplamos bonitos edificios antiguos, escenarios, cosas de colores que la gente lanzaba al aire, y tiendas de estilo gótico que se encontraban en una transitada callecita, cuya ropa cara me pedía ser comprada. Escuché aquel idioma extraño denominado catalán, y observé creepers, botas de cuero altas y bajas, y asiáticos. Recuerdo ver a uno en especial, quien estaba afuera de una tiendita; tenía el pelo anaranjado, ropa oshare y una cara bonita. El chino, probablemente, más guapo que había visto hasta ese momento.

La madre de la chica de nombre extraño, quien servía como guía turística,  iba junto a la mía delante, dejándonos atrás haciéndonos comentar cosas random.


Vimos unos muñecos gigantes que se movían gracias a las personas que las manejaban y realizaron un espectáculo. La gente los rodeaba contemplando aquello. Sacamos fotos intentando comprender una cámara cutre que nos habían prestado y que resultaba difícil de manejar.
Luego, nos dirigimos a un centro comercial situado sobre el mar, teniendo que cruzar un puente. Cenamos en un MCDonald’s, completando la dieta de comida basura de lo que serían esos días. Dejé de estar a régimen por entonces, disfrutando de todo.

Habíamos andado horas y me dolían las piernas, por lo que decidimos regresar, despidiéndome mentalmente de todo aquello que no volvería a contemplar en años.
Seguía en un estado de incredulidad en el que mi mente se negaba a aceptar que estaba allí, así que estaba bien.
Pasamos por la estación nuevamente, memorizando el lugar en el que se encontraban los autobuses. Dimos un último paseo bajo el cielo oscuro, y la cucarachita me dio un bonito regalito en un sobre diseñado que contenía una camiseta diminuta hecha a mano en la que se leía “the GazettE” en la parte delantera, y en la opuesta se leía “BM” bajo el dibujo de un patito, y un esclavo de papel que me había prometido con una banderita colorida dibujada en él. Sentí una alegría interna y torpemente agradecí el detalle.
Nos dijimos adiós y prometimos vernos al día siguiente en ese lugar.

Lo pasé increíblemente bien.



Mi madre y yo dormimos agotadas temprano, teniendo en cuenta el ajetreo que nos esperaría al despertar.