viernes, 27 de septiembre de 2013

011~ Un sueño cumplido y concluido. Parte 2 - Sábado 21 de septiembre del 2013 - Llegamos a Francia.

Sábado 21 de septiembre del 2013 


Mi madre y yo despertamos tempranito y acudimos a la cafetería más cercana, desayunando una flauta de atún, un café y un zumo para ambas, costándonos un poco caro. Luego esperamos a que abriese el supermercado, cuyo nombre empezaba por la letra “c” pero que no logro recordar. Allí compramos lo mínimo; lo que comeríamos ese día.
Regresamos al hostal.

La aventura comenzaba oficialmente. Nos preparamos y yo salí a la calle con mi gran sobre en mano, encontrándonos con Tuixó nuevamente. Eran las diez, y reservamos algo de tiempo para encontrar el bus que nos llevaría a Francia.

No sabíamos en dónde debíamos esperar, cosa que nadie pensó hasta ese instante. Nos guiamos por las personas con “pintas raras” (pelos de colores entre otras características) y después de deambular por un rato encontramos a un grupo de gente que se dirigía hacia el mismo lugar. Un cartelito en letras chillonas nos indicaba esto.
La madre de la cucarachita y su hermana fueron en busca y rescate de más personas, y poco a poco estábamos todos, excepto la “jefa”, cuyo número de teléfono no era conocido por nadie. Sin embargo, encontramos el bus y la desaparecida llegó minutos más tarde.
Vi a gente de Facebook y Twitter, pero de nuevo mi tonta personalidad no me permitió relacionarme abiertamente con ellos. Siento no haber interactuado mucho y haber perdido esa oportunidad que espero que se repita.


Nos despedimos de la madre y la hermana de Tui, quien subió al bus sin decirle adiós a su familia, hasta que le pregunté y bajó para hacerlo.

Fue un trayecto tranquilo en el que la gente hablaba poco, o eso pensaba, ya que nosotras estábamos sentadas detrás ocupando puestos de más, cómodas y algo marginadas del resto.
Hubieron numerosos intentos de escuchar discos de the GazettE, pero al principio se oía un ruido extraño y tanto el lector de CDs como los altavoces parecían estar dañados. A pesar de esto, hubo momentos en los que la calidad de sonido mejoró y tarareamos las letras de las canciones en voz baja. No creía que los escucharía en directo aún.


Nos bajamos en un lugar en el que habían baños y tienditas para comprar algo de comida. Almorcé una hamburguesa del día anterior y algún dulce que mi madre insistía en que comiera. La gente hablaba entre ellos y nosotras escuchábamos. Hubo un momento en el que unas chicas me preguntaron si las reconocía, y no lo hice hasta hace poco. Lo siento.



Al subir de nuevo al vehículo e intentar poner más discos, el sonido fue a peor y la voz de Ruki apenas se escuchaba. Nos burlamos de esa manera cruel de estropear canciones.
Pasaron además algún panfleto del grupo que alguien había traído y lo vimos con tranquilidad, las últimas, por estar en los últimos asientos. Admiramos los brazos de Aoi, sus venas remarcadas, la belleza de Uruha y demás, incapaces de recrear una imagen de ellos en persona.




Cruzamos la barrera que separaba España con ese país vecino, pasando por unos extraños aparatos en los que había que pararse y pagar peaje. Hubo varios de estos, pero un cartelito nos indicó que habíamos llegado a Francia, además de haberlo hecho también la falta de Internet, consecuencia de lo mismo.
Desde el cristal solo se veían árboles, huertas, bosque, mucho verde en tonos distintos. Un paisaje muy campesino que no esperábamos.

La cucarachita me mostró algunas fotos desde su cámara en las que aparecía Haru, su muñeco diabólico en varias sesiones fotográficas que ella le había hecho; desarmado, sin cabeza, en piezas, vestido de manera visual kei, con mirada psicópata, abrazando a un peluche, en la playa etc. En realidad era bastante bonito, e incluso adorable. Alguna vez ella me habló en catalán, acostumbrada a ese lenguaje, y en mi rostro se leía “¿qué demonios estás diciendo”?. Nos reímos.
Otro de nuestro pasatiempo fue asomarnos por la gran ventana trasera y agitar nuestras manos, saludando a la gente francesa que pasaba en coches o buses, quienes nos devolvían el saludo muchas veces; otros nos ignoraban y uno nos enseñó el dedo medio. Era entretenido y sonreíamos tontamente, sabiendo que no nos volverían a ver la cara nunca más.


Después de cinco horas de viaje a una velocidad considerablemente baja, habiendo tomado una pastilla evitando el mareo y comido alguna palmerita, llegamos y contemplamos por primera vez la sala en la que sería el concierto.
Desde los cristales vimos a más gente allí, con mantas y mochilas, a pesar de que habían dicho que hacer cola en la noche estaría prohibido. Igualmente, la gente tenía expresiones sorprendidas al vernos llegar, bajándonos con “aires de grandeza española” y riendo estúpidamente dentro de nuestra burbujita de ensueño.



Habían españoles a la que saludaron algunos, y un cosplay de Ruki en Cockroach bien elaborado. Queriendo anteponer el orden y pretendiendo ser organizados, nos escribimos unos numeritos en las manos que indicaban nuestro puesto con un rotulador permanente. Sin embargo, no podía salir todo perfecto, y mi madre, alarmada por la ausencia de taxis o autobuses en la zona, acudió al Carrefour que se encontraba delante tratando de buscar ayuda, ya que había reservado un hotel lejano, sin haberla convencido de dormir en la fila y ahorrar dinero.

Intentamos explicarnos de mala manera algunas dependientas, y por suerte una comprendía algo de español. Marcó números en su teléfono pero a pesar de que el tiempo pasaba, no encontraban a nadie disponible. Nos mandaron a ir a la sección en la que venden entradas de eventos, y allí ocurrió casi lo mismo, expresándonos de alguna manera al hombre no bilingüe que llegó a pensar que queríamos una entrada para el evento. Pero por suerte, localizó a un taxi, el cual nos esperaría fuera del gran supermercado en diez minutos, no obstante, a un precio de treinta y cinco euros, helándome la sangre al escribir en un papelito amarillo esa cantidad.

Estaba junto a Tuixó, a quien luego la buscaría la madre de Ue, y tuve que marcharme aquella tarde con el corazón estrangulado, deseando haber pasado el día junto a los demás, bromeando. Corría el riesgo de no conseguir un buen puesto y de no poder verlos bien después de poner tanto esmero, dedicación y dinero a esto.

Dentro del vehículo el señor trataba de hablarnos y yo estaba preocupada, por lo que las palabras parecían haber sido borradas de mi mente. Tenía ganas de echarme a llorar ahí mismo a causa de toda esa opresión que me comprimía el pecho.

Pasamos calles con casitas a ambos lados, deteniéndonos frente al hotel en mucho menos de un cuarto de hora, acusando mentalmente al taxista de robo, probablemente aprovechando aquella oportunidad para engañar a unas extranjeras perdidas. Sugirió  entonces acercarnos a Le Phare a la mañana siguiente, y nosotras aceptamos.

Habían rejas en la entrada del hotel, y de no ser por haber estado presente un inglés introduciendo un código en un aparatito pegado a la pared para abrirlas, nos habríamos quedado fuera.
En la recepción, una mujer que afortunadamente hablaba inglés, nos entregó la llave que sacó de una caja metálica después de introducir unos números de forma digital, y nos hizo el favor de pedir un taxi a las siete de la mañana, costándonos este veinte euros, abandonando la propuesta del otro hombre que nos había traído.

La chica fue muy amable y nos explicó cómo llegar a nuestra habitación, la cual parecía una casa, mayor que la mía propia.
Después de ver varias viviendas alineadas, como adosados, encontramos el sitio indicado. Si no fuese por la amargura que tenía encima y mis malos pensamientos, me habría sorprendido y agradado aquel sitio; tenía tres baños, dos con ducha o bañera y un lavamanos, y otro con retrete. En el primer piso había una bonita cocina, un sillón grande cubierto de cuero rojo y una televisión de plasma. Subiendo unas escaleras de madera, se encontraban dos habitaciones, una con cama matrimonial, y otra con dos individuales. La decoración era muy bonita. Mi madre sacó fotos. Pero yo no podía relajarme.




Intenté volver a la recepción para preguntar la manera de conectarme a la Wifi, incomunicada, pero ya no había nadie. Utilizando ese método que poco me gusta, llamé a Tuixó para que me informase de la situación, quien seguía allí.

Cenamos uno de esos botes de comida precalentada, el mío de pasta a la carbonara, una hamburguesa vieja y algún bocadillo. Con el estómago lleno, nos duchamos y pusimos el pijama, con el frío helando nuestros huesos en aquella noche.

Decidimos dormir temprano, o eso le ordené a mi inconsciente, y antes de las diez cerré los ojos, queriendo olvidar las dudas y el miedo que me invadía con respecto al próximo día. Creo que ese fue uno de los peores momentos del viaje, estando desconcertada y ajena a todo lo que me interesaba, en alguna parte de Francia.


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