Uno de los momentos más esperados para mí fue la visita de mi amiga a la isla, aunque tan
solo durase una corta semana. Y a pesar de mis numerosos intentos por convencer
a mis padres para que se quedase en casa, estos resultaron ser vanos frente a
la terquedad de ellos. Sin embargo, no quería permitir que eso me amargase.
Habiendo escrito una lista a las y tantas de la madrugada con anterioridad
numerando planes, teníamos algo para guiarnos.
-El día de su llegada no podía evitar contener mi
nerviosismo, mas fue en vano, ya que el vuelo llegaría en la noche, y tras
haber salido de la convención de anime, comprando una postal del anime K-on
allí y escribiendo algo para entregarle, no me permitieron ir al aeropuerto. Me
desanimé un poco, pues esto me hizo pensar que las cosas no saldrían como
esperaba, y que me decepcionaría al tener unas expectativas altas. Pero la
mañana siguiente me desperté y preparé, llevando el cosplay de Shion por última
vez junto a mi hermana con un rápido cosplay de Inukashi improvisado la noche
pasada.
Fuimos a buscar a Nezumi, a ella, quien trajo unas pequeñas ratitas de
peluche blanca y grisácea que estuvimos manoseando durante la mayor parte del
evento. En ese encuentro, el segundo después del concierto de the GazettE,
seguía presente el miedo de meter la pata o dudar sobre cómo comportarme. Pero
traté de mentalizarme y mantener una actitud optimista.
Llegamos al recinto, entrando y arrimándonos a las escaleras
para cortar y desgarrar su pantalón como el del personaje al que interpretaba
con una tijera escolar. No quedó mal. Entonces, dimos la primera vuelta, a la
que le siguieron muchas más. Nos sentamos en el karaoke para escuchar a la
gente. Más tarde tomamos asiento para el concurso de cosplay que se retrasaría
casi dos horas y presentaría problemas técnicos (destaco una actuación del
Señor de los Anillos con un Gandalf, Sam, Frodo y Orco muy realistas). En la
espera nos dedicamos a garabatear un bloc de dibujo.
La noté cohibida e insegura, ya que no se sentía bien con
esa ropa aunque se viese bien, porque siendo “bobita”, siempre se insulta a sí
misma. Yo no sabía qué hacer para enfundarle confianza cuando comentaba por lo
bajo lo supuestamente terrible que era, y esto me entristeció. Por otro lado,
lograr hacer un cosplay en grupo me ilusionó bastante. Así que fue una experiencia extraña. Luego
nos despedimos, y me entregó un papelito con el cómic sobre un pancake, una
berenjena dibujada en un parche de tela y unos caramelos japoneses de manzana.
Yo le entregué mi postal cutre. Un abrazo, y volví a casa.
El día siguiente tenía clases de japonés y guitarra, creo
recordar, y además el semanal compromiso familiar de almorzar en casa de mis
abuelos, desgraciadamente. Pero nos volvimos a ver el martes, paseando por las
calles de aspecto antiguo de La Laguna, entrando a una tienda de ropa, de
mascotas y el supermercado, donde decíamos bobadas sobre cualquier alimento,
riendo como nunca lo había hecho en uno.
Me alegré bastante al notarla más
animada y habladora, comprendiéndonos en nuestra rara pero reconfortante manera
de comentar tonterías; un calorcito absorbente revoloteaba en mi pecho.
Parecíamos los típicos personajes irracionales de un anime de comedia o
recuentos de la vida. Porque finalmente podía experimentar la sensación de
tener a una amiga cerca.
Habiendo comprado los ingredientes necesarios para intentar
hacer dorayakis, fuimos a casa (consiguiendo convencer a mi madre para dejar a
alguien ir a casa) en autobús. En la estación, entrando a ella por donde entran
los vehículos y está prohibido para peatones, un hombre me preguntó sobre lo
que tenía en el ojo (lentillas), y otro dijo algo sobre un pastel al observar
la levadura que llevaba en la mochila. Absolutamente todo era completamente
random.
Mi perro nos recibió con babas, saltitos y lametones que nos
provocaron un ataque de risa.
Nos pusimos manos a la obra, partiendo los huevos
satisfactoriamente, echando cucharadas de agua en la mezcla de aspecto dudoso; azúcar,
miel, levadura y harina. Fue realmente entretenido, pues incluso mi hermana se
unió sonriente a nuestro experimento. Dejándolo reposar, conectamos los
instrumentos musicales: el bajo y la
guitarra, y los altavoces. Tocamos
mirando tablaturas de canciones de My Chemical Romance. A pesar de no producir
un sonido perfecto, la unión de los graves con los agudos y aquella fusión
musical emitida a través de los amplificadores, hirvió mi corazón. La primera
práctica del grupo. Olvidé cualquier otra cosa exterior a nuestro pequeño
espacio estrellado y mágico creado por los sueños anhelados.
Cocinamos pancakes deformes en el sartén, mejorando poco a
poco en el proceso; quemadas, trituradas, gruesas y algunas, para mi grata
sorpresa algo decentes. Esto supuso otra sesión de carcajadas. Construimos una
gran montañita torcida que se desmoronó ocasionalmente.
Las rellenamos de pasta de judías rojas, nutella y crema de
cacahuete.
Dividimos tres y comimos asombradas por el grato sabor,
viendo un capítulo del dorama Ouran Host Club, y parte de Go go g-boys, Boys
Love 2, hasta que muy a mi pesar, tuvo que marcharse.
Nos vimos en la mañana siguiente, adormiladas y con
ensaladas preparadas por mi madre para nuestra aventura en el Loro Parque. Allí
andamos entre turistas, vimos espectáculos de animales, medusas invertidas y
otras brillantes, monos, loros dementes y pingüinos trastornados que nadaban
chocando contra el cristal…
Nos bañaron masas de agua helada producto de las ondas
intencionadas de la cola de las orcas. Esperamos para conseguir una mesa para comer que
robaron otras personas desvergonzadas, y finalmente nos subimos a un trencito amarillo que
llevaba al Puerto, pero agotadas, caminamos poco y regresamos a mi hogar, donde
cenamos tortilla francesa, y “fagirleamos” con los nuevos capítulos de Free! y Love Stage, destornillándonos ante la
escena del “elefante rosa” de Izumi. Otro imborrable recuerdo se sumo a mi
“película vital”.
Jueves. Esa odiada y temida pesadilla había llegado; el
examen avanzado de inglés, sobre el cual ya hablé. Y tras acabarlo, aún
traumatizada y exhausta, almorcé y en la tarde invité a Tui a venir.
Tocamos un poco más,
terminamos la película, vimos Tokyo Ghoul, tratamos de hacer la croqueta en el salón, pero Key,
mi mascota, nos mordía y perseguía, fracasando en el cómico intento. Y a
oscuras, con frío y leve viento, sacamos al emocionado y valiente perro de
orejas descomunales por los alrededores, acobardadas aunque divertidas por el
camino tenebroso de tierra, rodeado de árboles. Fue gracioso.
Pero tuvo que irse de nuevo.
Viernes. Antes del próximo mediodía, tomamos el tranvía y llegamos a
la capital, Santa Cruz, algo perdidas, compramos snacks chinos llamativos. Con
la suerte de encontrar ofertas en la tienda de accesorios Clairie´s, y yo
haciendo trampas sumado a la indecisión al elegir, conseguimos dos sombreritos,
pulseras “gay” de amistad, una para obsequiar a mi madre, muñequeras y pendientes
de sushi. Además, en otro local ella se
agujereó una oreja, pero la mía, desconsolada, todavía dolía demasiado. Compró
camisetas de MCR, y me regalo una igual a la suya, acto que me enterneció de
sobremanera. Las llevamos puestas, y llenas de complementos, alegres con
nuestras adquisiciones recientes, dimos una vuelta por el centro comercial
antes de ir a casa en bus, almorzar, sacarnos fotografías y marcharse, ya que esa tarde yo tenía
clases.
La despedida se acercaba. En el aeropuerto, conmovida y con
un nudo en la garganta, traté de mantenerme inalterable. Tui lloró, yo lo
aguanté. Porque seguiríamos hablando a todas horas como hasta entonces. Sin
embargo, sabía que me esperaría la soledad, al menos física.
Me entregó unas
cartas preciosas que leería después, y con un abrazo, agachándome por culpa de
mis plataformas, nos dijimos adiós. Pasó la maquinita detectora, preparada para
embarcar. Sacudiendo las manos como última señal, se alejó y desapareció de mi
campo de visión. Debía volver.
Siempre, siempre conservaré estos recuerdos irrelevantes
para muchos, pero significativos para mí.
Espero volver a reencontrarnos pronto.
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